Sweet Sunshower.

Y decidió abrir un poco la ventana. Estaba caluroso y la sabana se le pegaba a su espalda. La radio a lo lejos adornaba la estancia con acordes de rock. Ella tímidamente abrió la puerta. Se miraron y no se dijeron nada. Se acercó. Estaba nerviosa. Era su primera vez. Se recostó a su lado y lo abrazó. Ya lo habían conversado. Lo harían cuando ella estuviese lista. Él no la presionaría. Nunca lo hizo. El abrazo dio inicio a dulces besos y caricias que se hacían cada vez más profundas, el contacto de sus cuerpos desnudos producía un cálido estado de bienestar, un escenario en el que se exhibía el actuar del amor. Un viento travieso entró por la ventana abierta haciendo bailar las cortinas y recorriendo la espalda de él lo hizo temblar. El estremecimiento lo hizo acercarse más a ella. Se incorporó un poco apoyado en sus puños en la cama por sobre el cuerpo de ella. La miraba a los ojos, esos que lo hacían perderse, abandonarse y entregar su amor. Ella levantó su mano y sus dedos comenzaron a recorrer sus labios. Con los ojos cerrados los dibujaba como tratando de inmortalizarlos en su memoria, luego lo tomó de la nuca y perdiendo sus dedos en los cabellos enredados de él acercó su rostro y lo besó. Se quedó sin respiración y esa pequeña muerte no era más el costo de robar su aliento, de entregarle la oscuridad deliciosa de su boca y el terso tacto de sus jóvenes labios. Extendió sus manos por la espalda de él atrayéndolo hacia ella, mordió sus labios y sus lenguas se confundieron en el ósculo profundo que siguió, en el mar de tranquilidad en el que flotaban. Luego él besó su cuello y la hizo estremecer. El jadeante suspiro que nació de su boca le hizo entender que era la señal que estaba esperando. Recorrió con sus manos curiosas el pecho y caderas de ella y luego sus muslos aventurándose un poco más allá. Ella intentó hacer lo mismo mas no pudo. Él intentó enseñarle cómo, decirle que estaba bien, que no temiera. Ella se resistió. Se separó un poco y le explicó que no estaba lista, que la perdonara. Lo besó tiernamente en sus labios. El beso no fue un estremecimiento de deseo como los que lo habían precedido, al contrario, era el beso de una niña que se despedía de su padre, o de su hermano mayor al dejarla en la escuela. Se recostó dándole la espalda. El, por detrás la abrazó y le explicó que entendía, que no se preocupara, que la amaba. En la radio comenzaron los acordes melosos y la voz profunda de Chris Cornell, sonaba Sunshower. Él la dejó, sabía que esa canción a ella le gustaba. La besó en el hombro y le reiteró su amor. Ella sonrió, se sintió protegida y le tomó las manos con fuerza. Cerró sus ojos y se sintió feliz. Las cortinas del ventanal bailaban por la brisa curiosa del amanecer y por entre las telas rayos de luz los cubrían con un dulce baño de sol.