El cine italiano tuvo su máximo esplendor en los años cuarenta y cincuenta, cuando después de la segunda guerra y tras el desplomé político del fascismo en Italia, con los estudios de filmación en el suelo, a los cineastas italianos no les quedó otra que salir a filmar historias verdaderas a la calle, con actores amateurs y utilizando los paisajes naturales y las villas en reconstrucción como único set disponible para la grabación, es en este periodo fructífero donde nombres como De Sica, Antonioni, Visconti y Fellini, cimentaron las bases de lo que se llamo el Neorrealismo Italiano, género cinematográfico que abordaba historias simples de ciudadanos anónimos en villorrios alicaídos por la pobreza y su eterna sobrevivencia.
“Mi hermano es hijo único”, cinta dirigida por Daniele Luchetti, viene a ser parte de un grupo de películas italianas recientes que de alguna forma han vuelto a las temáticas narrativas del neorrealismo aceptando en cierta forma el ritmo vertiginoso de narrar impuesto por el Hollywood de los ultimas décadas.
“Mi hermano es hijo único”, cinta basada en la novela “El Fasciocomunista” de Antonio Pennachi, cuenta la historia de Accio y Manrico Benassi, dos hermanos pertenecientes a una atribulada familia italiana de comienzos de los sesenta, heredera como tantas otras de las promesas propagandísticas del fascismo y de las penurias y miserias de la post-guerra.
Accio (arisco en italiano) es un adolescente seminarista, solitario e iracundo, con gusto por las letras y un febril apego por el fascismo, movimiento derrotado y minoritario entre la población, que junto con su despertar sexual y una profunda crisis de fe opta por dejar sus estudios religiosos y volver a la casa de su indiferente familia en Latina, ciudad creada por Mussolini a la rápida en el sur de Italia y que ya a comienzos de los sesenta, época en la que comienza la historia, muestra sus paredes resquebrajándose alimentando los padecimientos de sus habitantes y la promesa de una distante casa propia digna.
Manrico, por su parte, es el hermano mayor, un joven mimado, carismático y apuesto con las chicas, mentiroso y con un claro interés por el comunismo, las barreras que separan a ambos hermanos además de la edad es el carácter y sobretodo sus ideales políticos tan distantes entre sí, sumados a la aparición de Francesca una joven estudiante pareja de Manrico que termina encontrando en el solitario Accio a un amigo de esos que hay pocos.
Delicadamente, pero no de forma cómoda, la cinta muestra el devenir social de Latina en los convulsionados sesentas, como bajo los pies de sus habitantes Italia se mueve con quiebres sociales y políticos como son Vietnam, la radicalización de la izquierda y Mayo del 68, sus huelgas y manifestaciones políticas mostrando irónicamente la bestialidad absurda de los fascistas y la errática benevolencia de los comunistas. La trascendencia emotiva a través de cómo interactúan estos dos hermanos en la película logra envolver, con ese halo de cariño no demostrado que suelen tener los hermanos, las dos décadas que abarca, como Accio comienza a desilusionarse primero de su fe, luego de su enmohecido palabrerío pro-Il Duce, para terminar luchando casi por los mismos ideales intrínsecos de su hermano mayor pero quizás desde la vereda del frente, si se quiere.
Como tantos otros, estos personajes de convicciones arraigadas en lo profundo, fanatismos infranqueables, aquellos que entienden solo la mitad de las cosas, protagonistas de historias tragicómicas que representan el corazón de la mejor comedia italiana, esa de perdedores a la deriva con grandes frustraciones, nos enseñan que aun así pueden llegar a ser felices.